La palabra era tan sólo un suspiro en el tiempo, una línea desubicada en la poesía de tu mirada, apenas un exabrupto maloliente en boca de un borracho, que quería expresar mucho más de lo que podía.
Resbalan mil gotas de amaneceres en mis ojos, ante el Sol de mi ciudad, mientras me pregunto por la callada lluvia de Irlanda, y por tu destino y si volveré a verte cuando regrese a Dublín.
Probablemente sí. Probablemente no.
El encanto, precisamente de las relaciones humanas está en la callada falta de posesión, en la incertidumbre y fragilidad que denotan. Apenas una gota de viento puede moverlas, romperlas en mil pedazos, a no ser que aseguremos con finos hilos de amor y cuidado su seguridad.
No es el compromiso social, o la rutina lo que las guarda de ser inciertas, sino el cuidado que ponemos en mantenerlas, en avivarlas y cuidarlas de aquello que las pueda dañar.
jueves, 8 de abril de 2010
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