Huimos de las certezas, porque las certezas huyeron de nosotros - como generación- el día en que se hizo imposible tener un trabajo decente, una casa decente y una vida famiilar estable.

Y no estoy siendo pesimista. En realidad, este es un tiempo de derrumbe, de destruir aquello que no valía un pimiento: Pese a que respeto la vida estable de hipoteca, familia con hijos y perro, un jardín de atrás y escribir quizá un libro y plantar un árbol y tener un churumbel, me sitúo en ese momento en la vida en el que empiezas a pensar que quizá "yo no esté hecha para vivir así y me guste la vida de pelusa rodante".

O tal vez sea una excusa, quién sabe, y sin darnos cuenta nos adaptamos a la temporalidad de los trabajos, la vida en general se convierte en un continuo rodar de casa en casa, de alquiler en alquiler y de ciudad en ciudad, cual gitanos errantes, huyendo conscientemente del hecho de que lo que está en crisis no es única y exclusivamente la economía, sino nuestras personalidades, nuestros valores ya no son los mismos que los de nuestra generación anterior, pero tampoco son distintos. Están en el medio, son una vaga ilusión de estabilidad, decepcionada por la certeza de que no es fácil tener una vida estable.

En medio de una época decadente y decepcionante, brilla la itinerancia, la apertura a lo nuevo. Aunque sea algo obligatorio, quizá empujado por las circunstancias económicas y sociales, está produciendo creatividad, ingenio, solidaridad¡ y no nos vamos a engañar, también lo contrario para los que no pueden permitirse pagar la hipoteca que firmaron, o que no aguantan en su trabajo...No pretendo estar ciega, tanto como ver las dos caras de la moneda.

Este debería ser un tiempo de reconstrucción, de vida, de resistencia y de reisilencia. De mirar hacia adelante y pensar en cómo hacer las cosas para que surja de nuevo una consideración social de la vida, no tan individual como antes.

Claro que, para eso nos tenemos que dar cuenta.