Esta tarde, soñé despierta.
Me invitaron a una presentación de un proyecto en El Quijote, un colegio que hace honor a su nombre, por ser uno de los pocos que trabaja en una línea diferente con los niños. Tan diferente que te puedes encontrar al grupo-clase preparándose una Ópera con la guía (que no dirección) del adulto.
Mucho más allá del currículum existen formas de aprender que no necesariamente tienen que ser estandarizadas por los mínimos o máximos que exigen las leyes. El equipo educativo del Quijote, de hecho sobrepasa los mínimos, de una forma que, si te la cuentan podría parecer un milagro, que no lo es: más bien es cuestión de voluntad y trabajo en equipo. Cuando se prepara un proyecto no se limita al aula donde se está impartiendo la clase, sino que afecta al centro en su totalidad, se organiza en torno al todo que constituye la comunidad educativa, y no consiste única y exclusivamente en conseguir un objetivo, sino en que niños y adultos participen y aprendan unos de otros en el proceso de conseguir hacer un espectáculo (o algo bien distinto...no todos los proyectos son iguales ni llevan la misma dirección).
El proyecto al que hago referencia se realizó el curso pasado en tres colegios de la Comunidad de Madrid, a raíz de una ayuda ofertada por el Teatro Real. Esta tarde nos invitaron amablemente a ver algunas pinceladas en vídeo de las tres obras de teatro que se presentaron.
Soñar, y hacer, es menos gratis de lo que pensamos, requiere un esfuerzo y una disposición interna, y sobretodo tiempo...pero en el proceso se aprende mucho. Basta con mirar las caras de los profesores de un centro así y plantearse, si no sacrificamos demasiado cuando tenemos miedo a crear con los niños, a personalizar y hacer de las aulas un espacio de comunicación, miedo que es sobretodo a perder tiempo de clase para hacer algo tan importante como favorecer la expresión libre de los niños, encaminarla hacia el arte mismo.
Sus caras reflejan la misma luz que los niños tienen en su mirada. Tienen un brillo especial.
Quien no quiera mirar, que no mire. Pero está claro que en este sistema educativo donde funcionamos a base de recetas prescritas por otros tecnólogos de la educación como si fueran pastillas mágicas, a base de miedos, de criterios que están por encima de los intereses más profundos de los niños, no nos preguntamos más allá si eso que están aprendiendo merece la pena ser digerido de esa forma o si tan siquiera les sirve para apasionarse con lo que aprenden.
El saber no es burocracia pura y dura.
De modo que, hay que elegir; la seguridad de que las aulas no van a ser distintas unas de otras, de que van a llevar las mismas dinámicas, libros y contenidos o la incertidumbre de enfrentarse a eso que tienen los niños y niñas dentro de su cabeza y alcanzar con ellos el conocimiento.
Así que, fuera miedos. No estamos hechos para la derrota, nunca es tarde para reaccionar a tiempo y dar lugar a ese maravilloso milagro que es el aprendizaje.
martes, 30 de septiembre de 2008
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