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sábado, 22 de agosto de 2009

Los miedos del viajero

En cierto momento de nuestras vidas entra una especie de fiebre viajera, por conocer aquellos lugares que no has visitado nunca, no de vacaciones, sino viviendo la esencia del lugar y conociendo gente que tiene otras perspectivas vitales diferentes que las tuyas.

Ese momento puede pasar o bien quedarse dentro. Precisamente ese es uno de mis miedos (hablando un poco en primera persona) ahora que he decidido viajar durante un tiempo largo: que la fiebre viajera me pegue fuerte.
Me explico: mucha gente adora los viajes porque implican un subidón de energía, y una huída temporal de aquello que no les gusta; suponen un cambio fuerte de vida que ayuda a aprender e incorporar a la mochila vital muchas experiencias nuevas, en un espacio distinto al habitual; el objetivo del viaje parece ser la inyección de emociones nuevas que supone el viaje y todo su proceso.
Es una forma "emotivista" de viajar, (si se me permite el plagio terminológico a MacIntyre en su libro "Tras la virtud"). El motor es la emoción, el impulso la fuerza que puede sacarse de un viaje.

Pero...¿qué sucede cuando ese impulso se convierte en una "adicción"? ¿podemos hablar de adictos a los viajes?
Hoy más que nunca nos cuesta encontrar nuestro sitio, y parece ser que una buena salida es el viaje, más aún cuando los pisos resultan muy caros, pero ¿Qué sucede cuando el viajero queda tan enamorado de las imágenes idílicas de un viaje, como para desear estar transitando ese estado durante mucho tiempo? ¿Qué pasa si ya no quieres volver a tener una vida estable?

Y otro de los grandes miedos de la persona viajera: ¿Seré la misma persona a la vuelta del viaje? ¿O cambiarán las cosas?
¿Serán las cosas similares a cuando me fuí? ¿O tendré que volver a adaptarme a otra nueva realidad? Tras estas preguntas, se encuentra el miedo a quedar atrapada entre dos mundos y no pertenecer a ninguno de los dos por completo.

Sea como sea, no queda más remedio pasar por el torbellino emocional que se desprende de iniciar un camino hacia lo desconocido. Pero sea como sea, al final siempre se encuentra la forma de afrontar esos cambios sin perder la calma.

O eso dicen.

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