Urbanismo Protesta

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jueves, 27 de noviembre de 2008

¡Qué pasa! Soy Convencional

Soy convencional: ni bebo desaforadamente, ni me drogo, ni voy a mil fiestas. Si acaso a alguna si me apetece. Y si no, no voy.

Tengo amigos como todo el mundo, visto normal, no tengo pintas especialmente, ni tampoco tengo un tatuaje en el ombligo chachiguay de la muerte, ni he vivido en un lugar al otro lado del mundo ni quiero comprarme un gato de angora de color fucsia para ser diferente. Tampoco hablo más alto para ser mejor, o para que me oigan, o llevo un collar de pinchos (aunque lo llevé en su momento...qué grande es la adolescencia).
No quiero ser diferente, no quiero distinguirme de la gente, más aún al contrario quisiera ser comprendida y comprender, querida y querer y en algún momento de existencia cumplir con los requisitos definidos por alguien en algún momento de inspiración:

-Plantar un árbol. (Pinos...alguno habré plantado en el monte, pero vaya, no intencionalmente. Si es un Quercus Pirenaica, mejor, que son más bonitos, aunque tardan mucho en crecer)

- Escribir un libro: Por que sí, porque me apetece. Algo tendré que contar en algún momento de mi existencia que merecerá la pena ser leido, digo yo. Si no es un libro, una tésis que parece tanto de lo mismo, por la extensión y las tapas duras.

- Tener descendencia: definamos desdendencia: dícese de los monstruitos que dan la tabarra y juegan y arrasan con todo y para colmo se hacen llamar "hijos". Algunos padres renuncian a ellos temporalmente, sobretodo cuando hacen trastadas.
A mí me encantaría decir: eheee, ese monigote se lo ha pintado mi hij/o/a en la pared ¿a qué tiene madera de artista? ;)

Y todo esto lo escribo porque, últimamente tengo la impresión de que, destacar es la ley y sabéis que os digo ¡Que no me importa!.
Ande yo caliente y ríase la gente. En realidad el que a toda costa quiere destacar es porque algo le pasa, algo le falta dentro y trata de buscar el equilibrio en su imágen social. Pues mira, muy bien, soy feliz no destacando.
Reivindico la timidez, la reflexión, las ganas de estar en una misma y el hecho de que todo ello no tiene porqué ser incompatible con tener amigos, irse de fiesta o viajar.

Simplemente, es que, de un tiempo a esta parte, en esta ciudad histérica, pareciera como si la única forma de ser persona fuera pintándose de colores y hablando a gritos, y todo eso no hace más que ocultar la falta de comunicación y de confianza en las personas. Para empezar, en el metro, el que tiene un móvil con música, tiene que probar las melodías, poner su LP favorito en tu oreja (y a mí que coño me importa tu puñetera música ¿qué pasa si prefiero el silencio?), en las reuniones soicales tendemos a querer ser oidos, en los garitos hay que hablar a gritos y si hablas bajo es que no tienes ideas propias o tienes miedo.

Mira, lo dicho, el que quiera destacar que tenga valor propio. Pero todo ello no pasa por gritar más, vestir más chachi o ponerse más anillos en el cuerpo, o tatoos, o hablar más chungo. O tener más aparatejos y más caros.
Ni más, ni menos. Y no estoy reprimida. Reprimida es la tía que se fuerza a si misma a ser quien no es realmente.
No creo que sea tan complicado entender esto. En cambio, parece que cada vez somos más raras las personas que queremos ser así, que tenemos el estilo de vida "normal", y queremos cosas habituales y no brillar cual luciérnagas.
Dedico esta entrada a los designados despectivamente "convencionales". Vale más brillar todos los días, que ser un fuego fatuo.
Buscad la belleza en vuestras acciones. Es lo único que merece la pena en este asqueroso mundo.
( Pero sólo La auténtica belleza)

martes, 25 de noviembre de 2008

Las mujeres en la cárcel

Tras un periodo de silencio y profunda actividad neuronal (profunda y frenética) voy a escribir unas pocas líneas sobre una clase que me impacta de continuo, acerca de las implicaciones educativas del trabajo de los pedagogos en prisión.
De hoy en especial, destacar un vídeo, triste donde los haya de la vida de las presas, sus esperanzas y sus miedos.
Lo más impactante no es verbal, es no verbal: Son sobre todo esas miradas de tristeza, esas ojeras de no dormir bien, esa vida perdida (el tiempo desperdiciado, la impresión de que lo que se ha hecho ha ido marcando un camino que tiene que ser rectificado con un gran esfuerzo...)

A quienes piensan que la gente nunca cambia, yo quisiera hacerles ver que, si que cambian, es algo que requiere de un esfuerzo sobrehumano, no es tan fácil como apretar un botón, ni tan eficaz como el mando del televisor, pero cuando eso sucede es tan valioso que la gente debería inclinarse a su paso, tan sólo por haber sido capaces de trascender un entorno complicado, de cambiar las propias tendencias producidas por un nivel de vida determinado o una educación concreta.
Sobrecoge el brillo triste de sus ojos, y la impresión de que, dejaron que alguien eligiera por ellas, renunciaron a sus principios por otros, o por una familia y ahora lo que les queda es, simplemente eso... la vida entre rejas.
Inevitablemente me pongo en su lugar, aunque esté estudiando, porque sé que tienen cosas en común conmigo...y lo confieso, una de ellas, la del afán de tener una pareja estable...

Terrorífico...pero vamos, es igual que cuando vemos a algún mendigo por la calle...antes era inverosímil estar en su posición- o nos lo parecía- pero es que ahora con el miedo a la crisis, nadie se libra de la sensación de poder estar entre cartones, o cerca de ello.- La diferencia es que nosotros tenemos un respaldo familiar, una posición más o menos estable, y el salto a la delincuencia es más difícil, tenemos airbag de serie.
Si Jesús se inclinaba ante las prostitutas y los leprosos, nosotros deberíamos plantearnos hacer tanto de lo mismo con quienes se esfuerzan por ser mejores personas con las mayores dificultades. Seamos creyentes o no, fue un ejemplo de persona humana y bondadosa que nadie ha superado.- o eso me parece a mí.-

martes, 4 de noviembre de 2008

El mal de la prepotencia caritativa

Quisiera hablar sobre un mal que aqueja a algunas personas que se creen buenas con las otras personas.
Es el mal de la prepotencia caritativa; prescindiendo de preguntar al que creen estar ayudando, le ayudan como si supieran ya lo que quiere, sin hacerse preguntas coherentes sobre lo que realmente está sucediendo.
Después se colocan encima un cartel que dice "Soy buena o Soy bueno" y listo. Ya podemos decir que el mundo nos trata mal porque somos buenos y no saben apreciar lo que estamos ofreciendo.
Sucede algo y no lo entienden. No responde a sus esquemas bondadosos sobre la realidad. Incluso se creen con derecho a decidir quién es mejor o peor, o quién tiene mayor o menor categoría humana a su lado. Piensan que con una frase van a cambiar lo que les rodea, porque el resto del mundo está indudablemente equivocado lo cual significa que, pobrecitos ellos, deberán asimilar de forma incondicional su forma de ver la vida, que es la mejor.

Yo les tengo pena porque en el fondo lo que les pasa es que están tan sumamente asustados de la diversidad del mundo que es mucho mejor para ellos y ellas cerrar los ojos y aferrarse a su supuesta "sapiencia" para evitar que otras personas se les acerquen.
Dios me libre de ser sabia de esta manera, y no junto a la gente más normal, más imperfecta, inestable o no, envidiosa o no, alta o baja, guapa o fea, lista o tonta.
Porque a la hora de contar defectos, todos tenemos y no hay peor error que escudarse en el "es que el mundo me atormenta" para resolver las cosas o en el "no me comprende nadie".

Que narices...somos humanos, como vengo diciendo desde hace un tiempo las alas de angelito a nadie le sientan demasiado bien. Probablemente nos pase como a ícaro y dédalo, y un día de estos el sol derrita la cera y nos encontremos en el suelo con un estupendo chichón, en el mejor de los casos. En el peor...prefiero no pensarlo ni siquiera, que se me revuelve el estómago.

sábado, 1 de noviembre de 2008

La vida en totales

Amistades totales, con sentimientos totales. A la disco de cabeza, buscando el amor total de su existencia. Pero por más que lo intentaba, nadie podía satisfacer la totalidad de su persona. Y es que, las personas abarcamos tanto, que intentar llenarnos del todo es una utopía bastante absurda.
El otro día la ví pasar por la Gran Vía entre personas artificiales que luchaban por conseguir su atención. Su gesto parecía complaciente, como si quisiera creerse todo el teatro que hacían sus histriónicas amigas. En cierto modo, parecía sentirse buena por aceptar gente de todo tipo entre sus amistades, aunque no parecía estar muy a gusto rodeada de tan ridícula comparsa. Había en todo este ritual un trasfondo de superioridad inusitado, que olía a rancio.

La perdí de vista en una esquina, distraida por un rastafari que hacía malabares en pleno centro del paso de cebra.
Somos frágiles, fugaces y cuando nos queremos dar cuenta, lo bueno se acaba. Como un truco de malabares o como una gota en el viento, cuando está lloviendo.
Y en el fondo, como ella, quisiera tener totales, pero cuanto más aprieto las manos para cogerlos, más se me escurren de entre las manos. Prefiero, en cierto modo, dejar que las cosas fluyan, para evitar el mal olor. Aunque no tenga nada conmigo seguro, sé que puedo encontrarme a gusto con mucha gente.