Madrid se mantiene viva bajo una capa de contaminación que se puede cortar con un cuchillo (que se lo digan a mi garganta) y bajo un nivel de ruido atmosférico increiblemente alto. Pero lo peor no es eso, sino la costumbre que tenemos los habitantes de esta ciudad - hasta que emigramos a otra o nos movemos al menos temporalmente- a crear ruido alrededor nuestro para no escucharnos a nosotros mismos o mismas.
Podríamos definir como ruido ambiental, todas las mentiras bajo las que vivimos metidas las mujeres (por ejemplo), véase, "si estoy muy buena, se fijarán en mí y encontraré pareja", "tengo que vestir con más escotes" o "tengo que ser más perfecta cada día para hallar el amor de mi vida".
Vivía metida en esa mentira, hasta que viajando para Dublín me dí cuenta de que el tamaño de Madrid y la cantidad de gente que hay hace estadísticamente imposible que se fijen en una. Hay demasiado gente y es difícil sentirse particular, por lo tanto tenemos que hablar alto, generar más ruido (esta vez estilístico) para ser originales y que se nos vea. Competir.
De ahí que sea tan sumamente fácil acomplejarse en esta ciudad. O tan sumamente fácil sentirse una hormiga en medio de una jungla de asfalto.
Ruido insoportable, también es el de los móviles en el metro, las conversaciones en voz alta, la gente que en cuanto se enfada eleva el tono de voz en vez de tratar de calmarse, para decirle al conductor de enfrente por ejemplo en un atasco que es un gilipollas.
Ruido de gente que protesta cuando el otro no se pone en nuestro lugar, mientras que sería más fácil ser educados y pedir las cosas por favor, con calma.
Ruido de coches y de gente transitando por las calles.
Eso sí, basta con detenerse un poco para descubrir que por mucho ruido que pongamos alrededor nuestro, siempre podremos escuchar el malestar de nuestra conciencia diciéndonos que esto no es lo ideal para nuestras vidas.
Madrid, te quiero. Pero de vacaciones.
lunes, 18 de abril de 2011
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